Todavía con la resaca de emociones vividas el día anterior, emprendíamos una jornada dedicada a las cataratas y paisajes más abrumadores que salpican el sur de Islandia. En esta parte de la isla el país del hielo y el fuego muestra el extraordinario poder de la naturaleza.

Seljalandsfoss
Llegábamos a Seljalandsfoss pocos minutos antes de las 8 h. de la mañana y apenas había 4 o 5 personas. Prácticamente estábamos solos. Era la primera de una colección de cascadas que veíamos en el sur de Islandia.

Un estrecho sendero conduce hasta la parte trasera de la cascada. Y en este punto tuvimos la mejor de las perspectivas de este sublime salto de agua situado en las escarpadas bajas del volcán Eyjafjallajökull. Pese a que la senda es resbaladiza, vale la pena recorrerla. Seljalandsfoss es la única cascada que se puede cruzar por detrás.

Glijufrabui
A 700 metros de Seljalandsfoss se encuentra Glijufrabui. Un salto de agua que se halla en un cañón oculto dentro de la montaña; y si no es por las indicaciones, esta escurridiza cascada cuesta de encontrar. Saltando de piedra en piedra por el riachuelo e intentando no meter el pie en el agua, se llega a esta cascada flanqueada por enormes paredes rocosas recubiertas de musgo. La sensación plena de contacto con la naturaleza es sublime en Glijyfrabui.

Árjnurfoss
Las guías de viaje suelen pasar por alto esta cascada. Pero a nosotros nos venía de paso parar y admirarla. Tuvimos la suerte de que estábamos completamente solos. Nos acercamos a ella todo lo que quisimos… Este salto de agua se abre paso entre la montaña rocosa recubierta de un frondoso verde.

Tras ver la cascada y dirección Skógafoss paramos en un centro de visitantes de la Ring Road que anunciaba el volcán Eyjafjallajökull. Esta zona que atravesábamos quedó anegada de ceniza del Eyjafjallajökull. Ahora a muchos no os sonará, pero su erupción en 2010 bloqueó todo el espacio aéreo de Europa varias semanas.
Skógafoss, la cascada más soberbia del sur de Islandia
El momento cumbre del día por el sur de Islandia llegaba en Skógafoss. Con 62 metros de altura y un soberbio caudal se considera por muchos la cascada perfecta. Estos sitios suelen estar cargados de leyendas. Se dice que uno de los primeros colonos de Islandia escondió un cofre lleno de oro en Skógafoss. No íbamos a ser nosotros los que comprobamos si esta fábula es cierta.

Después de dejar el coche en el parking, nos acercamos a la base de la cascada. El fuerte aire propiciaba cortinas de agua que nos impedían aproximarnos todo lo que hubiésemos querido. Aun así pudimos hacernos las fotos de rigor y admiramos la imponencia que despierta Skógafoss.

Otra buena perspectiva de Skógafoss se tiene en la parte superior. Subimos por unas empinadas escaleras que hay junto a la cascada. Un pequeño balcón, no apto para los que tengan vértigo, nos acerca hasta el mismísimo salto de agua. Desde este alto punto se empieza una buena excursión de 23 km. a Fimmvörðuháls. Ésta la dejamos para un próximo viaje a Islandia.

La siguiente parada prevista que teníamos por el sur de Islandia era el fotogénico avión abandonado. Convertido en lugar de culto para instagramers y curiosos de todo el mundo, se acercan a admirar los restos del fuselaje del avión DC-3 de las fuerzas militares estadounidenses, que se estrelló en la década de los 70. El cielo se cubría de nubes y empezaba a lloviznar, y decidimos saltarnos esta visita.
Península de Dyrhólaey
A medida que transitábamos por la Ring Road el paisaje era toda una exhibición de la naturaleza. Hasta donde nos llegaba la vista, las laderas de las colinas se alzaban hasta los glaciares. La tundra de tonos ocres daba paso al blanco más puro. Y los ríos propiciados por el deshielo descendían por cascadas y atravesaban amplias llanuras hasta llegar a las playas de arena negra.

Entre kilómetros de playas del sur de Islandia se alza la Península de Dyrhólaey. Las mejores vistas se tienen desde este enorme risco. Hay 2 aparcamientos. Uno en su base y otro encima de él (cerca del faro). Nosotros aparcamos en este último. Comentar que, si no se va con todoterreno es mejor aparcar bajo. La carretera no está asfaltada y es muy empinada.

Sobre el peñasco hay unas vistas alucinantes de todo el entorno. Bordeando el faro se puede contemplar el remate de la península; con una peculiar formación rocosa de dos arcos de piedra sobre el mar. El islote que hay frente a la península es una rica reserva natural de aves. Aquí pudimos ver por primera vez en a los simpáticos frailecillos (puffins).
Bajando de la península de Dyrhólaey está la cueva de Loftsalahellir. Aquí los primeros vikingos de Islandia realizaban las reuniones del consejo.

Reynisfjara beach
Las playas de Islandia no cumplen con los clásicos cánones al que nos suele tener acostumbrado el Mediterráneo. Los bañistas, sombrillas, colchonetas o chiringuitos dan paso al soberbio vacío con el silencio más pulcro y, sólo interrumpido por el piar de aves y el retumbar del oleaje. Nuestras pupilas permanecen inmóviles ante tal espectáculo.
Al final de la playa, en el extremo este encontramos Hálsanef, un capricho de la naturaleza. Enromes columnas de basalto se alzan en forma piramidal frente al mar. Este lugar me trasportó a 20 años atrás, cuando recorrí la Calzada del Gigante en Irlanda del Norte.
Si se quiere pasear por alguna de las playas de arena negra del sur de Islandia, Reynisfjara es sin ninguna duda la mejor alternativa. Más bien, la única. Ya que, son playas prácticamente desiertas y si nos ocurre algo en ésta al menos hay gente.

Desde Reynisfjara se pueden contemplar los islotes Reynisdrangar. Estos farallones que sobresalen del Atlántico están envueltos de mitos. Cuenta la leyenda que son los mástiles de un navío que estaban robando los trols.

Prosiguiendo con nuestra ruta por el sur de Islandia paramos a comer en la localidad de Vík. Las perspectivas que teníamos de Vík se desvanecieron tan pronto llegamos. Pese a que tiene poco encanto turístico es el lugar ideal para cargar provisiones antes de emprender el camino hacia el este de Islandia. Después de Vík apenas hay grandes poblaciones hasta llegar a Höfn (270 km.). Comimos en Strödin Bistro & Bar, donde preparan unos calamares a la romana y trucha ártica a la plancha buenísimos.

Campo de lava y musgo de Eldhraun
Tras dejar Vik el paisaje de prados y granjas daba paso a unas vistas bien diferentes. Más parecidas a las de otro plantea. Extensos campos de lava se nos perdían en el horizonte. Con la peculiaridad de estar recubiertos de una alfombra de musgo de un grosor de 40 a 60 cm. El musgo de Eldhraun pertenece a la especie Wolly fringe.
Pese a que no lo parece, el campo de lava de Eldhraun es un ecosistema frágil y sólo se puede acceder a él por las zonas designadas y marcadas. Así que, sólo parábamos en las zonas designadas. Como curiosidad, comentar que el musgo fue una de las primeras plantas en aparecer en la tierra hace más de 400 millones de años colonizando campos de lava y donde otras plantas no podían sobrevivir.

Fjaðrárglijúfur canion, un lugar sorprendente en el sur de Islandia
La última parada del día fue Fjaðrárglijúfur. Para llegar a él nos tuvimos que desviar de la Ring Road dirección norte unos 3 km. Menos mal que está bien indicado. El aire no daba tregua, pero por unos minutos le plantamos cara y seguimos el sendero por la ladera sur del cañón para contemplar este pintoresco lugar por el que discurre el río Fjaðrá.

Llama la atención las enormes formaciones rocosas que se alzan en ambas laderas del riachuelo; guardando una simetría que va de menos a más. Este cañón ha pasado desapercibido durante mucho tiempo hasta que Justin Bieber apareció en él en el videoclip “I’ll show you”.
